Fotografías de Nadiezda Avila, Yurguen Valentin Abraham y Redel Pérez Pupo.
A casi dos siglos de su construcción, la Torre de Manaca Iznaga, símbolo monumental en el Valle de los Ingenios, de la villa cubana de Trinidad, continúa desafiando las embestidas del tiempo y del hombre.
Cuando Don Alejo María del Carmen Iznaga y Borrel en los albores del
siglo XIX decidió interrumpir la monotonía del batey con una provocadora
torre de ladrillos de 45 metros de altura, difícilmente haya pensado
que casi dos siglos después su obra iba a ser mucho más admirada que en
aquel entonces.
La torre de Manaca Iznaga,
nombre con el que ha pasado a la posteridad esta joya de la
arquitectura local, devendría símbolo arquitectónico-cultural de una
región, que entre 1790 y 1846 alcanzaría producciones récord en más de
medio centenar de fábricas de azúcar.
La solicitud formal de Manuel Tellería al cabildo trinitario para erigir
un ingenio de hacer azúcar y miel en los terrenos del corral Manaca
constituye la primera noticia documental sobre una industria que primero
se llamaría Manaca Tellería y tiempo después de San Francisco Javier.
Estudiosos locales han logrado precisar que en 1795 Pedro José Iznaga y
Pérez de Vargas Machuca adquiere la propiedad por 24 000 pesos, que en
1831 heredaría su hijo Don Alejo, quien venía administrándola desde años
atrás.
Al morir este, en 1845, su viuda Juana Nepomuceno pide tasación de
bienes y un inventario de haciendas, en el que ya se registra la famosa
torre, al parecer, edificada en unos 15 años, entre 1814 y 1830.
Si bien existe consenso en la fecha de construcción de la torre, las
causas de su origen todavía se discuten. Versiones folclóricas hablan de
una apuesta entre Don Alejo y su hermano: el primero procurando la
celebridad a costa de la altura de su torre y el segundo mediante la
profundidad de su pozo.
Algo también resulta muy lógico: a juzgar por sus valores estéticos, la
edificación de la famosa torre de Manaca Iznaga, parece estar más
asociada al placer de la ostentación que a los fines meramente
pragmáticos que con frecuencia se le atribuyen.
Don Alejo hizo levantar su proyecto con una sólida estructura repartida
en siete niveles de formas geométricas que transitan desde el cuadrado
hasta el octógono, con arcos espaciosos y una escalera interna desde la
base hasta lo más alto.
La obra está edificada con ladrillo de barro y un mortero tradicional de
cal y arena, al parecer procesado durante meses, todo lo cual, unido a
la ingeniosidad de sus fabricantes, la ha dotado de una envidiable
resistencia.
Con 43.5 metros de altura, la torre de Manaca Iznaga fue
construida en siete niveles con el empleo de formas geométricas que van
del cuadrado al octógono, lo que le otorga mayor distinción a la
estructura. En todo este tiempo la
reliquia ha escapado increíblemente a rabos de nubes, coléricas
tempestades, movimientos telúricos, tornados, huracanes y por supuesto a
la voracidad de la intemperie y de los humanos.
El monumento ha saltado de siglo en siglo y, según expertos en el tema, hoy está reconocido como el mejor exponente de las torres vigías construidas en nuestras tierras.
Hace unos 20 años la torre recibió los beneficios de una restauración
que le devolvió la seguridad de sus pisos de madera, mejoró el estado de
la escalera, las barandas y su presencia en general, todo lo cual la ha
convertido en atracción turística permanente y en un envidiable mirador
del Valle de los Ingenios, reconocido por la UNESCO desde 1988 como Patrimonio Cultural de la Humanidad.
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